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Un ensayo dirigido a los historiadores. Arlette Farge inicia su
itinerario en un archivo judicial francés del siglo XVIII para hacer una
reflexión del proceso todo de la investigación: desde el encuentro del
investigador con su fuente, hasta el relato del camino intelectual que
el historiador recorre y el tratamiento particular que da a los
documentos y la escritura de una historia. La autora sigue una ruta con
la que sus lectores, historiadores, se sienten identificados. Por un
lado, describe un archivo judicial: su origen, aspecto material, espacio
que ocupa en una biblioteca o archivo, contenido de la información,
individuos de quienes se habla. Por otro lado, descubre al historiador
en su oficio, es decir, en cada paso de los que implica el proceso de
una investigación. Arlette Farge muestra los elementos de atracción y
riesgo de la fuente judicial para advertir al investigador sobre
posibles tropiezos en su consulta. Algo que ilustra con un hallazgo suyo
en el archivo: un recado escrito por un preso en un pedazo de tela,
parte de sus harapos, que envió a su esposa con la lavandera. La sola
fuente judicial permite a Arlette Farge mostrar al estado como aparato
institucional que despliega sus mecanismos de poder para vigilar y
castigar. Entendido así, los interrogatorios a los detenidos se
descubren no sólo heterogéneos sino que en muchos de los casos
determinan las respuestas; el objetivo de la policía es encontrarlos
culpables. Pero hay además la intencionalidad implícita en los
documentos: que puedan ser leídos por los demás; por lo tanto informan
lo que a la institución penitenciaria le interesa. En cuanto a las
declaraciones de los inculpados y testigos, existe un común denominador:
mientras éstos son obligados a declarar, aquéllos buscan no
parecer culpables; en ambos se transpira el temor y la desesperanza. Los
actuales estudios históricos con temas carcelarios y punitivos que
tienen como protagonistas a los delincuentes nos ofrecen aspectos poco
conocidos de la cotidianidad de las clases populares. Ventaja de las
fuentes judiciales. Así se tienen encuentros con individuos anónimos,
en cuyos comportamientos singulares se detectan sus estrategias de
adecuación o rechazo frente a la colectividad, así como su respuesta
ante el poder judicial y sus concepciones de lo permitido y lo
prohibido. También se revela la serie de acciones que el estado toma
contra los individuos transgresores y los momentos de choque entre
aquéllos y el poder judicial. La riqueza propia de la fuente procura
nuevas aportaciones a los estudios históricos. El archivo muestra en
esos comportamientos individuales fragmentos de la cultura popular, con
sus solidaridades y sus formas de comunicación que dejan entrever el
complejo entretejido social. Las palabras mismas son portadoras de
formas culturales de explicación de la realidad. Se detectan los modos
de intercomunicación y reconocimiento populares; resaltan los apodos, el
olvido de las fechas de nacimiento o el recuerdo de la festividad de
algún santo relacionado con sus vivencias personales, en fin. Es central
la influencia de Foucault. El método foucaultiano le permite trabajar
el documento desde su interior, es decir, desde ese discurso represivo y
normalizante en el que subyace la voluntad de controlar y normar al
individuo para afirmar la pertinencia del estado. Lo real de cada legajo
en el archivo está en el choque entre individuos y el poder judicial
del que se obtienen momentos de una historia que hay que contar. Farge
debate contra las teorías marxistas que hacen generalizaciones e impiden
captar acciones que se gestaban en un mundo casi invisible -pero que se
sentía siempre- y que la fuente judicial ofrece, al proporcionar
singularidades que, trabajadas en serie, pueden llevar a conclusiones
generales sin perder su particularidad. No por ello descarta el uso de
conceptos existentes pero con ajustes que hacen posible otra narración
de lo real sin ser una repetición de lo ya dicho por otros
historiadores. La autora es coherente cuando dice que para trabajar esta
fuente no hay un modelo tipo; sus reflexiones, sin embargo, indican
líneas de conducción para el aprovechamiento informativo de los
documentos de un archivo judicial. Según Farge, el conflicto es un móvil
en la historia, porque en los momentos de ruptura se dan los cambios
sociales. Una de las características de la fuente judicial es ofrecer
las formas de los antagonismos y las rupturas cuando éstas se están
gestando o en el momento mismo de la acción. Por otra parte, encuentra
en el archivo las vivencias de los delincuentes y el carácter de sus
delitos y no sólo el enfrentamiento con las instancias del poder. En
todo el texto encontramos una reivindicación de los archivos judiciales
que propone como fuente principal para escribir historias. Tanto por la
riqueza de su contenido como por lo apasionante que puede ser para el
investigador ese encuentro con las vidas de seres olvidados -a los que
Michel Foucault llamó “hombres infames”, quienes por lo terrible pero
atrayente de sus delitos, en algunos casos, llegan a crear en su entorno
una leyenda gloriosa, opuesta a la de los santos y héroes-, el texto de
Arlette Farge es una aportación no sólo para los que ya trabajamos
archivos judiciales, sino también para atraer a quienes no los han
utilizado. La obra responde cabalmente a su planteamiento inicial, pues
muestra al investigador los elementos que atrapan y distraen de lo
esencial del archivo. Elementos que implican riesgos pero que, al ser
detectados, descubren con nitidez los discursos que reflejan formas de
pensar y actuar de hombres y mujeres que vivieron en los bordes de la
norma y sus respuestas ante el poder judicial.
[Mª Eugenia SÁNCHEZ CALLEJA. "Cautiva del acervo", in Historias, nº 32, abril-septiembre de 1994, pp. 123-124]
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